Escrito por: Juan José Moles, Venezuela
Hablar de la calidad de vida, implica ver la posibilidad de tener una satisfacción de necesidades, tanto biológicas como psicológicas y sociales, que permitan al individuo instaurar un estilo de vida tendiente al logro de gratificaciones y adaptación con el medio que lo rodea.
Partiendo de las cuatro emociones básicas (alegría, miedo, rabia y tristeza) que estructuran el sistema afectivo del ser humano, diversos sentimientos y estados de ánimo pueden derivarse: la confianza, el respeto, el altruismo, la solidaridad, etc. Estos son algunos estados afectivos que denominaremos positivos, pues facilitan comportamientos orientados hacia la unión, cooperativismo, estabilidad y reforzamientos compartidos.
Por otro lado, los sentimientos como la culpa, la desconfianza, la susceptibilidad y el odio, son estados afectivos que llamaremos negativos porque conducen a actuaciones sociales que, lejos de influir en una mejora en cuanto a la calidad de vida se refiere, por el contrario, afectan en la convivencia, desmejorando la calidad de vida, tanto personal como en todas las otras dimensiones de la vida.
Es interesante pensar cómo el ser humano, dotado de un raciocinio superior al de cualquier otro ser vivo y, al mismo tiempo, poseedor de una naturaleza potencialmente hedonista, en el transcurrir del tiempo ha desarrollado diversas oportunidades y estrategias sociales de diferentes tópicos (políticas, morales, religiosas, económicas etc.), tendientes a favorecer a determinado grupo social, no siempre mayoritario, en perjuicio de un número importante de individuos, los cuales, al verse perjudicados en cuanto a la calidad de vida, han generado actuaciones polémicas y contradictorias, han desarrollado patologías e incluso han potencializado rasgos de personalidad poco funcionales en cuanto a la adaptación social se refiere.
La evolución de los organismos exige un permanente acomodo a las exigencias del ambiente para lograr la sobrevivencia a las propias demandas que el entorno ambiental genera. Buena parte de las estrategias de “acomodo”, son producto de programas conductuales genéticamente determinados; sin embargo, no necesariamente los programas conductuales básicos serán inalterables en el tiempo, teniendo al factor de aprendizaje como una incidencia prioritaria.
En la medida en que nuestro organismo es filogenéticamente más evolucionado, los programas conductuales básicos son menos rígidos y solo determinan una cierta disposición de comportamiento que se podrá adecuar a las condiciones de estímulo. Esta tendencia de actuación está muy influenciada por variables de tipo cognoscitiva, las cuales pueden estructurarse en lo que se ha denominado “esquemas” que organizan la experiencia y la conducta.
Es un hecho establecido la necesidad que tiene todo individuo de amar y ser amado, ello en función de la compensación fisiológica a todas las respuestas y acciones conductuales que cualquier individuo, a lo largo de su vida, debe realizar. El ser humano desarrolla vínculos afectivos con ascendientes, descendientes, pares sociales, entes simbólicos y, en la gran mayoría, vínculos de personas con una pareja.
En un sentido conceptual, al hablar de pareja nos estamos refiriendo a aquella relación de convivencia entre dos personas unidas por un vínculo afectivo y que, motivados por una atracción, expectativas y compromisos interpersonales, comparten distintos espacios sociales, familiares y de intimidad (Moles, 2011).
El amor, enmarcado dentro de una relación estable de pareja, es una de las metas socialmente reforzadas más importantes y prioritarias, que la sociedad establece en los seres adultos y para ello se ha sustentado en toda una serie de creencias e incluso mitos que así lo determinan. Veamos algunos de ellos:
- El amor lo puede todo. No importan las adversidades, al final serán superadas en aras del verdadero amor adulto y maduro.
- El verdadero amor se expresará invariablemente en una relación sexual, íntegramente satisfactoria.
- En el verdadero amor hay una permanente empatía que permite adivinar, suponer, comprender e intuir las necesidades de cada quién.
- El verdadero amor es capaz de perdonar todos los errores que cualquiera de las partes cometa.
- El verdadero amor exige sacrificio en beneficio del otro (a).
- El verdadero amor es único, incondicional e imperecedero.
- El verdadero amor es fuente permanente de paz y sosiego.
- En el verdadero amor cada parte es capaz, en sí misma, de hacer que la otra supere todos sus conflictos y complejos personales.
- La obtención del verdadero amor refleja la madurez de la persona.
- El amor es la garantía de una vejez feliz.
Estas y otras creencias implican en la mayoría de las personas la idealización de los logros a obtenerse dentro de la relación amorosa y, por ende, de no conseguirse la misma, o en el caso de perderla, predice una vida fracasada, vacía, llena de insatisfacciones que, progresivamente, se van acentuando hasta llegar a una vejez invariablemente desgraciada. Pareciese, entonces, que el amor marca el terreno del “todo o nada” de la felicidad. Tal y como expresa Dominian “Este compañerismo hombre-mujer es igualitario, y da importancia sobre todo a la comunicación, al apoyo y cuidado mutuos, a los sentimientos, a la compañía y la sexualidad. Lo importante no es ya el cumplimiento de los roles sociales, sino que lo fundamental es la calidad de la relación. Dicho en otras palabras, lo que importa es el amor” (1995).
Diferentes cambios bioquímicos se desarrollan durante las diferentes fases de interacción con una potencial y posteriormente establecida pareja. Dichos cambios propician acciones conductuales orientadas hacia la conformación y mantenimiento de la relación.
Resulta interesante acotar, desde el punto de vista de la neuropsicología, lo que a raíz de las investigaciones parecen demostrar Manes y Niro (2014), quienes resaltan lo siguiente:
“Existen diferencias en la anatomía cerebral de hombres y mujeres que sugieren que el sexo influye en la manera en que funciona el cerebro. La correlación entre la anatomía de ciertas regiones cerebrales en el adulto y la acción hormonal en el útero sugieren que, al menos, algunas diferencias entre el hombre y la mujer en ciertas funciones cognitivas y en la manera en que cada género procesa la emoción, no resultan de influencias culturales o de los cambios hormonales de la pubertad, sino que estarían presentes desde el nacimiento”
En ese mismo orden de ideas, Allan y Barbara Pease (2011) señalan:
“La conciencia masculina se interesa por los resultados obtenidos, los objetivos alcanzados, la posición global y el poder, por derrotar a la competencia y ser eficaz hasta el final. La conciencia femenina está centrada en la comunicación, la cooperación, la armonía, el amor y las relaciones entre la gente. Este contraste entre ambos sexos es tan flagrante, que resulta fascinante pensar como hombres y mujeres; a pesar de todo, ansían vivir juntos”
La pareja actual, respecto a la de épocas anteriores, se constituye bajo unos pilares fundamentales que en el transcurrir del tiempo se han ido modificando y han dado como resultado un importante número de discordias, separaciones y divorcios, afectando la calidad de vida de sus integrantes. Es un hecho que una pareja estable conduce a un fortalecimiento de la salud integral de la persona, pero igualmente el conflicto de pareja y su disolución es un importante estresor que afecta la salud y atenta en la calidad de vida.
Dentro de los pilares tradicionales a los que están haciendo referencia en la construcción de la pareja, señalamos la relación heterosexual, la exclusividad sexual, la determinación de roles y la formación de familia. En la actualidad, como se ha dicho, estos pilares han ido perdiendo vigencia y dando paso a otros diferentes. Es así que cada vez, en mayor medida, se abre la relación de pareja a una diversidad sexual, ya sea homo, hetero, bi o trans. El binomio macho productor-hembra doméstica pierde vigencia dentro de una diferenciación de roles en la pareja y es así que, cada vez en mayor medida, la mujer se ve inmersa en el mundo laboral y profesional alcanzando al hombre en lo que a poder económico se refiere.
La exclusividad sexual ha cedido terreno a la libertad sexual. Difícilmente la virginidad es tomada hoy en día con el mismo criterio de épocas anteriores. De igual manera, las relaciones extrapareja se han ido incrementando, particularmente en lo que a la población femenina se refiere. Por último, la pareja de hoy, no necesariamente presenta las mismas prioridades que antes, en cuanto a la necesidad de conformar una familia numerosa, incluyendo el reto de tener hijos.
La pareja de hoy debe, entonces, estar preparada para los cambios sociales; ello implica una infraestructura cognoscitiva donde queden arraigados creencias, actitudes y valores cargados de irracionalidad, o en el mejor de los casos, de poca adaptabilidad para la época.
El éxito del mantenimiento de la pareja en lo referente a su importancia en la calidad de vida, se centra, precisamente, en la capacidad de llegar a acuerdos en un entorno de gratificaciones. Desde una perspectiva conductual, se pueden diferenciar estas gratificaciones en tres grandes grupos:
- Repertorio de conductas afectivas; son todas aquellas manifestaciones que damos a la pareja como una señal exclusiva de aprecio y en donde no necesariamente tenga que existir una motivación sexual.
- Repertorio de conductas eróticas; son las manifestaciones que hacen referencia a la atracción sensual, es decir, al placer de estar con la pareja, a la significación especial que esa persona, en cuanto al atractivo que nos produce, tiene diferencialmente frente a cualquier otra. Es importante acotar que al igual que con las anteriores, no necesariamente estas actividades deben conducir a un encuentro sexual, una cosa es que lo facilite y la otra es que sea vista como un preámbulo obligante.
- Repertorio de conductas sexuales; son todas aquellas acciones que denotan un deseo físico inmediato de estar íntimamente en actividad sexual con la pareja. Por supuesto, aquí se hace necesario acotar la importancia que tiene, tanto el conocimiento, como la ejecución de una sexualidad realmente gratificante y no orientada hacia la búsqueda compulsiva de una respuesta orgásmica por medio de una estrategia exclusivamente genital, por lo general, el coito, esto es lo que hemos denominado “la sexualidad del cajero automático”.
Naturalmente, estos tres repertorios señalados pueden (y es conveniente) interrelacionarse en una circunstancia o momento determinado, pero la limitación en circunscribir los dos primeros, o cualquiera de ellos, al tercero, implicaría que las manifestaciones de afecto y erotismo se realizarían exclusivamente durante el ejercicio sexual.
Dado que la sexualidad implica, en gran medida, una necesidad fisiológica que, básicamente, está dada por el estado de privación y éste varía de acuerdo con la frecuencia sexual de cada individuo, mientras que la afectividad y la sensualidad son un estado emotivo de placer y bienestar, no se puede correr el riesgo de hacer depender una conducta operante de respuestas reflejas que obviamente pudiesen limitarlas.
La familia es la célula del tejido social, la base del aprendizaje y cimiento de lo que serán los rasgos de personalidad de la persona adulta. Al hablar de familia, la conceptualizamos como un conjunto de personas, consanguíneas o no, que cohabitan bajo un mismo espacio y en donde existe una unión e interacción afectiva entre ellos, regidas por determinadas normas jerárquicas.
Una familia funcional es, por consiguiente, prioritaria para un proyecto de vida enraizado en calidad y salud. Paradójicamente la familia puede, igualmente, dada su importancia, ser fuente de alteraciones y trastornos psicopatológicos.
Del concepto expresado, diversos autores coinciden en que el denominado binomio autoridad- afecto,es la base de la dinámica conductual de la pareja, por lo que en la medida en que exista un equilibrio entre ambos podremos asumir la funcionalidad de la familia como tal; sin embargo, cabe destacar que, en la práctica, no necesariamente siempre ocurre así. Por el contrario, encontramos diversas familias que, habiendo perdido el equilibrio en el binomio señalado, han caído en extremos de autoritarismo o anarquía disfuncionales. Desde un punto de vista clínico, podemos mencionar como principales familias disfuncionales las siguientes: Familia Invertida, Familia Agotada, Familia Histriónica, Familia Ignorante, Familia Intelectualizada. En el presente trabajo se explorará las características de cada una de ellas.
Diferentes características tienen cada una de estas familias mencionadas con sus posibles repercusiones en el contexto de la incidencia que puedan tener, en cuanto a la calidad de vida. En ese orden de ideas, se señala lo siguiente:
- Familia invertida. El binomio autoridad-afecto se encuentra alterado en cuanto a que una de las partes ejerce una autoridad casi absoluta, dictatorial y se encarga de una forma más compulsiva que afectiva de todo lo concerniente a las responsabilidades del hogar. Una posibilidad en este tipo de familia, se encuentra en aquellos casos de familia materno filial, en donde el hijo mayor asume el estatus de “cabeza de familia”.
- Familia agotada. El objetivo fundamental de los padres está centrado en actividades laborales, siendo mínimo el espacio y tiempo que pueden dedicarse a compartir afectivamente, tanto entre la propia pareja como con los hijos.
- Familia histriónica: Lo que caracteriza a este tipo de familia es el presentar un umbral muy bajo de respuesta emocional. Conductualmente se observa una verdadera anarquía entre sus miembros, siendo así que el principio de autoridad queda alterado y los afectos se expresan en un estilo hiperemotivo, dramático y superficial.
- Familia ignorante. Se presenta con fuertes limitaciones intelectuales y/o instruccionales por parte de los padres, lo que dificulta marcadamente el adecuado proceso formativo hacia los hijos. Estos adultos están cargados de prejuicios ante la gran desinformación de que son objeto.
- Familia intelectualizada: Es diametralmente opuesta a la familia histriónica; en este caso, los padres, por lo general, son cultos y profesionales, con adecuado éxito en sus actividades, sin embargo, el clima afectivo establecido en el hogar es frío, impersonal y crítico hacia los logros que presuntamente los hijos deben conseguir.
La calidad de vida está muy ligada a la salud integral de la persona y, por lo tanto, al bienestar en cuando a la forma como se está llevando la vida. El placer y la felicidad son dos aspectos fundamentales de la vida de cualquier persona que, en muchas oportunidades, se utilizan indistintamente; no obstante, no necesariamente es así. El placer tiene que ver con experiencias, situaciones, vivencias y acciones que puntualmente crean satisfacción y alegría; por su parte, la felicidad es un sentimiento de satisfacción en cuanto a cómo se está llevando la vida en conjunto.
Salud, dinero y amor son las claves que, socialmente, se promulgan para sentirse feliz; sin embargo, tal vez sean solo oportunidades generadoras de placer, pero no son suficientes para generar felicidad.
Lo cierto es que la persona humana en su necesidad de sentirse bien, necesita tener esperanza, antes que renovar y, por ende, desechar las frustraciones del pasado. Es por ello que el cierre de un año y el comienzo de otro permite asumir el famoso dicho año nuevo vida nueva. El asunto está en que, más que una frase, sea una actitud que genere conductas de cambios y de fortalecimiento hacia todos aquellos logros ya instaurados.
Lamentablemente, las situaciones de vida no siempre son gratificantes, e incluso en algunas oportunidades pueden llegar a ser francamente perniciosas; sin duda, hay elementos que condicionan estados de ánimo pesimistas y hasta angustiantes que facilitan sentimientos de indefensión y desesperanza que dificultan la motivación para perseguir cambios y logros. Es el planteamiento de la interrogante: ¿para qué me voy a esforzar si todo va a seguir igual?
Buena parte de estos pensamientos pesimistas son magnificados en cuanto a la pérdida de placer; pero, como dijimos, no necesariamente tienen que atentar en el conjunto global de la felicidad. Para conseguir lo anterior la persona tiene que, dentro de sus circunstancias reales y no fantasiosas, implementar un “estilo de vida funcional” que le permita sentirse activo y optimista, sin que ello implique desconocer las limitaciones, problemas e incluso conflictos que lo están afectando.
En este orden de ideas, la pareja y la familia pueden ser opciones muy válidas, si efectivamente se dispone de una claridad cognitiva, un repertorio conductual operativo y la suficiente estabilidad emocional.
Bibliografía consultada
Rodríguez, Guillermo. Aprendamos a ser padres. Edición Independiente, 2012.
Manes, Facundo. Usar el cerebro. Editorial Planeta, 2014.
Moles, Juan José. Asesoramiento Clínico. Edición Independiente, 2011.
Pease, Allan y Pease, Bárbara. Todo lo que siempre quiso saber sobre hombres y mujeres. Editorial Amat, 2011.
Seligman. Martin. La auténtica felicidad. Vergara Editores, 2002.