Escrito por: Franco Gamboa Rocabado
América Latina está regresando a situaciones inestables y explosiones sociales que comprometen la estabilidad de cualquiera de sus democracias. Los modelos socio-políticos sustentados en la economía de mercado y la democracia presidencial que los Estados Unidos y América Latina vinculan con un régimen de libertades benefactoras, dejaron de ser creíbles y, en algunos casos, resultaron ser inclusive contraproducentes.
La región se encuentra en un completo proceso de estancamiento económico, crisis democrática y múltiples amenazas autoritarias. Desde la ingobernabilidad, fruto de la crisis de los partidos políticos, hasta la influencia del crimen organizado y el narcotráfico en las altas esferas de la política alrededor del continente, todo indica que no solamente estamos frente al postneoliberalismo, sino que también nos enfrentamos al rezago en varias dimensiones. ¿Cómo reconducir y evitar la violencia e ingobernabilidad en Perú, luego del intento de autogolpe cuando el ex presidente Pedro Castillo cerró el Congreso? Las olas migratorias con cerca de 8 millones de personas que huyen de Venezuela, parecen llegar a un callejón sin salida porque el régimen de Nicolás Maduro se niega a reconstruir la democracia y las condiciones de equidad económica. El fraude electoral y la resistencia a dejar el poder, convierten a Maduro en un futuro criminal internacional ¿Cómo lograr que se respeten los derechos humanos frente a cientos de presos políticos en Nicaragua y Cuba? La desigualdad en los ingresos se acrecentó y la pobreza también (170 millones en 2024), agravándose debido a los impactos terribles que el Covid-19 tuvo sobre las familias más vulnerables. Los Estados en la región dejan a los más pobres a merced del desastre.
Los organismos de cooperación de Europa Occidental buscan aplicar sus modos de hacer las cosas para recomendar gobernabilidad, sus formas de ser democráticos y, ante todo, buscan dominar, tratando de plantear un mismo molde político y con ciertos intereses que expresan un balance de poder realista, despertando, sin embargo, el escepticismo en torno a la solidaridad internacional y la cooperación pacífica e incondicional. América Latina tiene que lidiar con los espectros del postneoliberalismo: mayor desigualdad después del Covid, mayor inestabilidad política, más autoritarismo y mayor decepción en cuanto a la democracia como régimen que parece mostrarse incapaz de vencer la pobreza y las desigualdades.
Es por esto que el eje de los problemas del desarrollo y la seguridad humana en América Latina, radica una vez más en los programas sujetos a “condicionalidades” donde destaca, casi con frecuencia, el abuso de poder de las misiones de cooperación que actúan con un alto sentido paternalista, ahondando también el autoritarismo. Muchos sugieren que Latinoamérica tendría que copiar a Europa y Estados Unidos y, al mismo tiempo, controlar la gran inmigración que, finalmente, terminará en el rechazo de los emigrantes, quienes son considerarlos una amenaza para Occidente y una lacra que trasluce el fracaso económico y político de casi todos los regímenes democráticos latinoamericanos. Europa cierra las fronteras a miles de ciudadanos de América Latina, mientras que Estados Unidos no sabe cómo reordenar su política migratoria, instigando el odio racial.
¿En qué confiar?
Por otro lado, una de las manifestaciones contradictorias de los procesos de globalización se expresa en el espíritu más localista de las potencias globales como Europa y Estados Unidos, debido al resurgimiento inusitado del «nacionalismo» con fuertes características discriminatorias. Simultáneamente, se disemina un discurso universalista de occidentalización y una aparente ciudadanía global.
La reelección de Donald Trump (2024) como presidente de los Estados Unidos colocó al mundo, en palabras de los expertos como Jeffrey Sachs, Bandy Lee y Ruth Ben-Ghiat, en total “riesgo”, producto de las alucinaciones racistas sobre la supremacía blanca que solamente estimuló la xenofobia, de manera que el liderazgo estadounidense ingresó en un deterioro fatal, junto con el socavamiento de las raíces de la democracia como aspiración global de convivencia y equilibrio político saludable. El posneoliberalismo señala que ya nada es creíble cuando se reivindican la democracia y un enfoque global de seguridad afincado en balances de poder más justos debido a que Trump estimuló demasiado el odio hiper-nacionalista. A lo largo de la gestión presidencial de Joe Biden, se tuvo que enfrentar una realidad indiscutible: Trump intentó un golpe de Estado el 6 de enero de 2021 y se llevó miles de documentos secretos como expresión de desprecio por las instituciones y la seguridad nacional. El posneoliberalismo expresa la crisis más profunda de la democracia en los Estados Unidos.
Los organismos multilaterales de cooperación para el desarrollo están reestructurando sus políticas en función de nuevas condicionalidades, donde la seguridad se presenta como un pre-requisito geopolítico fundamental: los vientos soplan hacia la necesidad de cumplir ciertas metas en materia de lucha contra el narcotráfico, combate al terrorismo, estabilidad macroeconómica, reducción del tamaño del Estado, control de las migraciones internacionales y compromiso con el apoyo a la democracia representativa. Sin embargo, América Latina gira alrededor de una dinámica geoestratégica de retroceso y estancamiento económico y democrático. En medio se levantan varias «amenazas» que, como afirma el analista político, Francis Fukuyama, conllevan el temor de tener en toda América Latina, un conjunto de Estados fallidos, incluidos los Estados Unidos, debido a una degradación de la democracia a favor de los más ricos y en detrimento de las desigualdades sociales y económicas, lo cual empeora las tensiones sobre la inseguridad y el desorden político.
Es aquí donde la experiencia boliviana se convierte en otro factor de análisis, ya que emergió como un raro ejemplo de éxito relativo de las reformas de mercado (1990-2000) y, posteriormente, como un fenómeno de resistencia y condena en contra de los efectos del neoliberalismo en América Latina. Bolivia puso en práctica todas las recomendaciones del denominado Consenso de Washington durante los años 90, llevando a cabo la reducción del tamaño del Estado, las políticas de privatización y desarrollando una confianza excesiva en torno a las bondades de los efectos de derrame que traen los beneficios del mercado, como la receta privilegiada del crecimiento económico. Sin embargo, dicho crecimiento no llevó a una convergencia de mejores ingresos y equidad entre las clases sociales, predominando, en todo caso, la discriminación, desigualdad, exclusión y los patrones de racismo que desprestigiaron todos los esfuerzos de democratización y reconversión productiva. Bolivia expresa el desgaste de las reformas neoliberales y los callejones sin salida que nuevamente condujeron hacia el populismo con el giro a la izquierda.
Estos problemas desembocaron en la desconfianza absoluta hacia el modelo de “desarrollo neoliberal”, imposibilitando una reducción substancial de la desigualdad. Bolivia mostró que no era suficiente el crecimiento económico sobre la base de una economía de mercado global, sino que también era necesaria la activación de varias políticas públicas enmarcadas dentro del Estado de Bienestar. Las ofertas populistas del ex presidente Evo Morales y los detractores de la globalización, rápidamente se convirtieron en el caldo de cultivo para un retorno del Estado como actor económico y en una crítica mordaz hacia la democracia representativa. Había que transitar hacia una especie de «purgatorio posneoliberal». Por otra parte, Evo Morales, desde muy temprano en su gestión gubernamental el año 2006, difundió una estrategia internacional denominada “diplomacia de los pueblos”, mediante la cual apoyó la doctrina del Socialismo del siglo XXI, alineándose con el fallecido Hugo Chávez en Venezuela, Raúl Castro en Cuba y Daniel Ortega en Nicaragua. De esta manera se materializó el giro a la izquierda que representó un rechazo a la democracia liberal, en nombre del Socialismo. Esta posición fue expresada como una visión anti-imperialista y defensora de la soberanía política a cualquier precio, para enfrentarse con los Estados Unidos, calificado como la potencial imperial que dejó de ser el único actor hegemónico. Bolivia apoyó de manera ambigua la Carta Democrática Interamericana, reforzando así las críticas de izquierda antidemocráticas que empezaban a calar hondo en varios sectores de la sociedad civil.
Intrusiones chinas y otras extrañezas
De acuerdo con el Latinobarómetro, la conocida encuesta de opinión pública anual aplicada en 18 países de la región, la confianza en los gobiernos cayó de 45% en 2009 a 22% en 2020, mientras que la cantidad de personas descontentas con la democracia aumentó de 51% a 71%, junto con la acentuación del miedo a la violencia, la inseguridad y una mayor desconfianza hacia las Fuerzas Armadas y la Policía. Estas características hacen que sea mucho más difícil que América Latina impulse una sólida estrategia de “seguridad humana” con criterios de cooperación y ambiciones más definidas en la globalización, debido, precisamente, a que el proyecto sobre un exitoso “orden liberal” internacional prácticamente habría fracasado, producto de la vulnerabilidad frente a la corrupción, la inestabilidad económico-política y una retórica liberal que oculta prácticas constantemente autoritarias.
Esta situación desemboca también en un tipo de relacionamiento ambiguo con la República Popular de China que, en múltiples casos, es vista como una tabla de salvación para preservar la soberanía estatal, o fomentar un nuevo tipo de imperialismo a través de la introducción de su monopolio económico. En otros casos, China es juzgada con desconfianza y temor. Así aparece otro paquete de problemas y anarquía internacional que tiene que ver con la lógica conflictiva del balance de poder desarrollado por China, India, Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia.
El discurso de hegemonía y contrahegemonía, de imperialismo y nuevas formas de dependencia, ha sido convincente para la gran mayoría de las masas de poca educación que dicen confiar en la «soberanía estatal». Esta situación ha sido muy bien aprovechada por China, Rusia e inclusive por Irán para tener una mayor influencia en América Latina. Bolivia, como cófrade de Venezuela, no agrega mucho al rediseño de los balances de poder, ni tampoco afianza la ideología comunista; sin embargo, refuerza una percepción anticolonialista de no intervencionismo y relativa autonomía que todavía es muy fuerte en la región. Bolivia fue el país que con mayor vehemencia se opuso a que la OEA emita cualquier pronunciamiento negativo o sanción en contra de Nicolás Maduro; asimismo, condenó toda crítica de la OEA en contra de la reelección indefinida de Evo Morales, especialmente después de las elecciones fallidas en octubre de 2019 donde la OEA encontró varios indicios de fraude.
América Latina confronta, en la actualidad, una disyuntiva: continuar impulsando la integración hacia los mercados mundiales, o reestructurar sus prioridades políticas en función de una agenda caracterizada por la resistencia y las exigencias de mayor justicia, similares a las críticas del movimiento anti-globalización. Esto es lo que está conduciendo al continente hacia los debates en torno al postneoliberalismo puesto que otro de los problemas que la globalización hizo rebrotar es la «polarización» de los pobres contra los ricos, lo cual revitalizó el denominado populismo, el reforzamiento de las desigualdades, así como las pugnas entre las posiciones políticas de izquierda versus derecha, sobre todo por el deterioro y la desconfianza hacia la economía de mercado que América Latina experimentó en los comienzos del siglo XXI. El reto contemporáneo radica en no saber si se va a preservar la democracia o el postneoliberalismo significa la llegada del autoritarismo y la consolidación de economías mediocres, junto con la violencia que caracteriza a la vida donde predomina el «sálvese quien pueda».
El mercado agrandó la concentración de la riqueza en manos de las élites económicas y políticas, sembrando el terreno para la intervención de liderazgos mesiánicos que ofrecieron revoluciones socio-políticas como las campañas desafiantes de Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia. Este tipo de líderes fueron transformándose en la bandera de lucha para cuestionar lo poco que se había construido en materia de cambios productivos, competitividad y estabilidad de la democracia. En estos casos, el populismo funcionó como un tipo de carisma movilizador de las masas enardecidas por la desigualdad, generándose fuertes demandas para tener políticas redistributivas. Las discusiones sobre el postneoliberalismo, han hecho que la economía de mercado sea equiparada con una especie de «maldición global», frente a la cual existirían pocas alternativas de cambio. Hoy en día, el continente parece encaminarse hacia una época donde los esfuerzos por llevar adelante diferentes tipos de reformas, se encuentran frente a un futuro, sencillamente lleno de dudas.
Conclusiones
Si reflexionamos con cuidado cuáles fueron las condiciones de reinstalación de la democracia en América Latina a principios de los años 80, tenemos que destacar cuatro aspectos. Primero: el fin de las dictaduras, de ninguna manera rompió completamente con la cultura autoritaria, ni tampoco con la debilidad institucional de los Estados en toda América Latina. Segundo: la modernización económica por medio de las políticas de libre mercado, tuvo resultados abiertamente contradictorios en su relación con la democracia, debilitándola en unos casos, o simplemente impulsando una relación negativa entre el sistema democrático y la persistente desigualdad. En tercer lugar, la situación particular de Centroamérica muestra una fragmentación política donde el final de las guerras civiles y la implementación del ajuste estructural, tampoco dieron origen a un modelo específico de consolidación democrática. Cuarto: existe un gran déficit de liderazgo donde los partidos tradicionales o nuevos, e inclusive las organizaciones de la sociedad civil, no pueden mostrar el impulso de líderes jóvenes con plena vocación democratizadora.
La descomposición de los gobiernos dictatoriales al final de los años ochenta vio el agotamiento de un tipo de Estado Autoritario que había dejado de responder a las necesidades del desarrollo, manteniendo en la pobreza a millones de personas y fracasando en la construcción de un nuevo orden social y político para tener Estados fuertes o plenamente soberanos. Las diferentes dictaduras en Argentina, Chile, Perú, Bolivia, Uruguay y Brasil señalaban que era imposible seguir adelante sin la existencia de nuevos procesos de legitimidad, participación de la sociedad civil, pero, sobre todo, sin la posibilidad de regresar a un escenario con pacificación para llevar adelante los sueños de la modernización y el desarrollo económico.
El modelo dictatorial de la modernización, vigente entre los años sesenta y ochenta, pasó de moda, aunque permaneció impasible un conjunto de aspiraciones al desarrollo, todavía ligadas con factores autoritarios; es decir, patrones de conducta que trataban de imponer las decisiones por la fuerza, considerando que la movilización violenta es una constante del orden político.
En la actualidad, desde una mirada puesta en el siglo XXI, el final de las dictaduras no significó exactamente la fundación de sociedades verdaderamente democráticas, razón por la cual el análisis de las reformas políticas y el éxito económico, todavía plantean los siguientes problemas: ¿por qué es incapaz de morir el autoritarismo y el conjunto de las debilidades en el Estado para ser respetado como institución soberana, tanto dentro de los países como en el contexto internacional de la globalización? El postneoliberalismo en América Latina está ingresando en una extraña transición inestable e incierta, ubicándose dentro de los confines de una nueva década perdida (2020-2030). Depende de todos, políticos, ciudadanos, nuevas generaciones, pobres y ricos, el evitar que hacia el año 2030 se impongan lamentables olas autocráticas y futuras nuevas dictaduras difíciles de derrotar.